Sororidades: Hermanas todas

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Susana Ramos, Argentina-

Somos parte de un deseo mundial de hermandad. (FT 8) 

La última Encíclica del Papa Francisco nos ha brindado múltiples y prolongados  encuentros de conversación, reflexión, análisis, implicancias entre variados sectores ad intra y ad extra de los espacios eclesiales. Un elemento facilitador es que esté escrita en nuestro idioma, de manera sencilla, coloquial, llena de imágenes y ejemplos  claros y cercanos que todas y todos entendemos, no se requiere ser especialista para  dar cuenta de lo que dice, y también de las ausencias que percibimos sobre todo  cuando la leemos como mujeres. 

Ya el título de la Encíclica presentó ciertos malestares dado que el mismo está  compuesto por un sustantivo y un adjetivo masculino. Esto para quienes hoy tenemos  una mirada sensible y aguda, no nos pasa desapercibido, y hasta el mismo Francisco  inicia el documento explicando que: “‘Fratelli tutti’, escribía san Francisco de Asís  para dirigirse a ‘todos los hermanos y las hermanas’, y proponerles una forma de  vida con sabor a Evangelio” (FT 1). 

En un mundo dividido por grandes brechas que son profundas y escandalosas desigualdades, esta expresión nos viene a recordar que todas y todos somos  Hermanas y Hermanos. El lenguaje eclesial, por cierto, no se caracteriza por ser  inclusivo, lo que indica que tiene que hacer lugar a unas transformaciones tan grandes  como necesarias y urgentes. La Iglesia con aroma a evangelio no puede eludir la  responsabilidad de contribuir a desarmar los esquemas mentales y culturales  responsables de la invisibilización y la violencia contra las mujeres. 

Pensando situadamente, desde nuestro contexto de país, pronunciar Fratelli Tutti sin  Sorelle Tutte (1), resulta un tanto excluyente, justamente cuando atravesamos una  fuertísima escalada de violencia contra las mujeres que no nos deja indiferente. Hoy  más que nunca “la sororidad” que es un concepto muy ligado al ámbito religioso, pero  tiene un gran potencial social y político, da forma a un pacto entre mujeres, a una  construcción de vínculos capaces de abandonar la dependencia emocional y  económica de una figura masculina dominante, y empezar a experimentar reconocimiento por parte de otras mujeres que cuidan, acompañan y tejen  empoderamiento personal y colectivo. 

Nos urge construir igualdad, por eso instamos que cada reflexión teológica, cada  documento del magisterio, cada catequesis, cada predicación considere también a  las mujeres como lugar teológico y remita a prácticas de liberación, porque las  mujeres están siendo crucificadas y una tarea cristiana es bajarlas de la cruz. Como  lo hizo Jesús en su relación con las mujeres, y que nos muestra claramente, entre  otras, la escena de la mujer encontrada en adulterio, que los varones “prestigiosos”  del pueblo querían lapidar… «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha  condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo  Jesús (2).  

Está claro que el posicionamiento hegemónico que ejercen los varones religiosos,  como son las visiones jerarquizadas, prejuiciosas, moralistas no pueden basarse en  Jesús para justificar sus comportamientos patriarcales, para hacerlo tienen que forzar  los textos, recurrir a la Torá u otros pasajes del Antiguo Testamento. Y resulta  sumamente alentador saber que Jesús nunca se refiere a la mujer como algo malo inferior, ni en ninguna parábola se lo ve descalificando, ni advierte nunca a sus  discípulos la tentación que pueda suponerles una mujer. Es decir Jesús se diferencia  admirablemente de sus contemporáneos judíos y de la mayoría de los maestros  religiosos de su época y también de la nuestra. 

Por supuesto que no desconocemos que últimamente se han nombrado a algunas  mujeres para lugares de sinodalidad y decisión en el seno de la Iglesia, pero son muy  pocos como para marcar una diferencia sustancial. Tampoco olvidamos los gestos  compasivos, y el trabajo de algunas organizaciones en defensa y promoción de las  mujeres, pero falta mucho para que sea asumido como una prioridad. En Argentina la  Iglesia sigue sin hacer lo suficiente por acoger el grito de las mujeres, ni ha abrazado  sus pedidos de auxilio, y menos aún ha invitado a abandonar los privilegios  patriarcales responsables de las violencia, las postergaciones y las muertes. 

Esta Carta con su sueño universal de hermandad inclusiva tiene que habilitarnos para  desnaturalizar la lectura patriarcal de los relatos bíblicos y teológicos que continúan  culpabilizando, sometiendo y castigando a las mujeres. Es tiempo de que los  documentos oficiales y la práctica eclesial se haga la pregunta inicial: “Caín: ¿Qué has  hecho con tu hermana?” (3).

Por cierto el relato bíblico dice: “tu hermano”, pero dada la  realidad que vivimos bien cabe una intervención editorial para no continuar dejando  excluidas a las mujeres.  

Visibilizar el padecimiento que viven nuestras hermanas es responsabilidad ética del  colectivo de mujeres, y sobre todo de las mujeres cristianas, que en comunión con el  evangelio y el magisterio sabemos leer los signos de los tiempos y discernir cuales  son las urgencias y la responsabilidad social y eclesial que nos compete y compromete  con la vida y la dignidad de todas y de todos. La misma carta habilita esto cuando  dice: La parábola (aludiendo al Buen Samaritano) nos muestra con qué iniciativas se  puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la  fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que  se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al  mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo  se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad  humana. FT 67. Esa exigencia ineludible de la que venimos haciéndonos cargo es la  tremenda asimetría que vivimos las mujeres dentro de la Iglesia y en la sociedad. Muchas mujeres son verdaderas Samaritanas de sus Hermanas golpeadas al borde  de los caminos y se encargan de socorrer, consolar, cuidar y librar de la muerte, pero  todo este esfuerzo no alcanza, las historias y los números de abusos, violaciones,  maltrato, los índices de pobreza, marginalidad y muertes lo atestiguan. Es urgente  contribuir a un proyecto de igualdad. 

Si bien en la Carta, las mujeres aparecen mencionadas, aún no alcanza a proponer la  necesidad de entrar decididamente en una corriente de igualdad, en todo caso, el texto  hace más referencia a los derechos sociales que a los eclesiales. Esto queda  claramente explicitado cuando dice: “la organización de las sociedades en todo el  mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente  la misma dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las  palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que  «doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y  violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de  defender sus derechos» FT 23 Es así, solo falta decir que esa realidad también se  replica al interior de la organización y las relaciones eclesiales. 

¿Acaso soy yo la guardiana de mi hermana? (4)

Sí, llego la hora en que cada mujer se convierta en “guardiana” en hermana de toda  mujer amenazada, postergada, silenciada, invisibilizada. Es tiempo y sin demora de  hacer propio cada sufrimiento y afrontar cada práctica de desigualdad y  deshumanización. 

Si estamos decididas a construir relaciones inclusivas y de reciprocidad tenemos que  dejar de utilizar genéricamente el lenguaje masculino, de naturalizar los estereotipos, las jerarquizaciones y los sexismos, para empezar a nombrar la diversidad que somos. 

Asumiendo estos desafíos tendremos más chances de aproximarnos a un modo de  relación en el que nadie quede al costado del camino. Ya hemos andado mucho,  tenemos experiencia y nos sentimos con sabiduría y autoridad como para asumir con  conciencia y responsabilidad ética lo que es necesario transformar. 

Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne  humana, como hijos [e hijas] de esta misma tierra que nos cobija a todos [todas],  cada uno [una] con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno [una] con su  propia voz, todos hermanos [todas hermanas]. (Cf. FT 8) 

Vivas, libres, incluidas nos queremos 

1 1Fraternidad del latín frater, que significa hermano, masculino. El femenino de hermano, en español,  es hermana. Pero en latín es soror.

2 Conf. Jn8,10-11 

3 Cf. Gn 4,9

4 Cf. Gn 4,9


Claudia Florentin